Los sospechosos de siempre
Ayer estaba repasando las posibiliades reales de desarrollo que existen en el país de los eufemismos o en eufemismilandia, como me ha gustado bautizar a esta tierra donde las cosas rara vez se dicen de frente, donde las puertas de atrás siempre son usadas por oscuros personajes con intenciones poco claras, con discursos envolventes y trasnochados sistemas de ubicación profesional.
Es que ayer fue un día de aquellos, uno de esos en que casi todo sale mal y lo único que quieres es poder llegar a casa, quizás incluso para sin pudor dejar caer algunas lagrimas. Lo mío era impotencia, tenía que ver con una vez más haber pagado la cuenta por ser honesto, por interrumpir una de las tantas reuniones inútiles con reflexiones sobre el lugar en el que trabajas y lo consecuente que debes ser con tus trabajadores, es que ellos te dan lo que tienes, gracias a ellos puedes después decir que lograste algo. No trabajas en solitario y aunque no tengo muy claro la razón, soy de los que piensan que ellos son parte importante de cualquier organización.
Asistí a una reunión en la que además de un clima enrarecido, debí escuchar anuncios escalofriantes sobre lo real que resulta un país en el que los que trabajamos para un empleador estamos casi solos. Para lo que no saben, trabajo en un lugar en el que los dictados del mercado practicamente no tienen lugar y en el que gran parte de nuestro trabajo se hace con el firme convencimiento de que las cosas pueden ser distintas y que las condiciones se generan más con voluntad que con reglamentos o leyes. Sin embargo, una vez más la mano invisible hizo de las suyas y es posible que debamos ajustarnos. La historia es larga y tiene que ver una vez más con mentiras, las de eufemismilandia por cierto.
Hoy me levanté con más preguntas que respuestas en la cabeza y con un sentimiento de soledad infinito. No me había dado cuenta que esto sería tan complicado, no había reparado en la cantidad de idiotas que pierden tremendas oportunidades de hacer cosas de verdad importantes. En la cantidad de fulanos sin méritos que ocupan cargos que no merecen y de la corte de buitres que por lo general los secundan. Nunca fue tema para mi, jamás pensé que los compromisos eran tan débiles y que las convicciones tan anoréxicas.
Le decía a la Caro ayer que a veces me gustaría ser un pez capaz de nadar mejor en la corriente que sea, pero ella me recordó que lo mío era ser un Salmón, aunque sea doloroso averiguar que él nada en contra de la corriente para encontrar su propia muerte.
Es que ayer fue un día de aquellos, uno de esos en que casi todo sale mal y lo único que quieres es poder llegar a casa, quizás incluso para sin pudor dejar caer algunas lagrimas. Lo mío era impotencia, tenía que ver con una vez más haber pagado la cuenta por ser honesto, por interrumpir una de las tantas reuniones inútiles con reflexiones sobre el lugar en el que trabajas y lo consecuente que debes ser con tus trabajadores, es que ellos te dan lo que tienes, gracias a ellos puedes después decir que lograste algo. No trabajas en solitario y aunque no tengo muy claro la razón, soy de los que piensan que ellos son parte importante de cualquier organización.
Asistí a una reunión en la que además de un clima enrarecido, debí escuchar anuncios escalofriantes sobre lo real que resulta un país en el que los que trabajamos para un empleador estamos casi solos. Para lo que no saben, trabajo en un lugar en el que los dictados del mercado practicamente no tienen lugar y en el que gran parte de nuestro trabajo se hace con el firme convencimiento de que las cosas pueden ser distintas y que las condiciones se generan más con voluntad que con reglamentos o leyes. Sin embargo, una vez más la mano invisible hizo de las suyas y es posible que debamos ajustarnos. La historia es larga y tiene que ver una vez más con mentiras, las de eufemismilandia por cierto.
Hoy me levanté con más preguntas que respuestas en la cabeza y con un sentimiento de soledad infinito. No me había dado cuenta que esto sería tan complicado, no había reparado en la cantidad de idiotas que pierden tremendas oportunidades de hacer cosas de verdad importantes. En la cantidad de fulanos sin méritos que ocupan cargos que no merecen y de la corte de buitres que por lo general los secundan. Nunca fue tema para mi, jamás pensé que los compromisos eran tan débiles y que las convicciones tan anoréxicas.
Le decía a la Caro ayer que a veces me gustaría ser un pez capaz de nadar mejor en la corriente que sea, pero ella me recordó que lo mío era ser un Salmón, aunque sea doloroso averiguar que él nada en contra de la corriente para encontrar su propia muerte.